¡Cómo han caído los valientes!

Sermón en memoria del Rev. Ariel Rodríguez, predicado el martes 19 de junio del 2001 en la Tercera Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en la ciudad de Nueva York.

Hace unas semanas le pedí a mi hijo que leyéramos unos capítulos de la Biblia antes de dormir. Como de costumbre, busqué el Nuevo Testamento. Sin embargo, Tony me dijo que él conoce bien los evangelios, pero que apenas había leído el Antiguo Testamento.
Fui, pues, al Antiguo Testamento y comencé a leer la historia de David, desde que era un mero pastorcillo. Lo interesante del caso es que la figura que cautivó la atención de Tony no fue la de David, ni siquiera la de Saúl, sino la de Jonatán.

Como bien recordarán, Jonatán era hijo de Saúl y príncipe heredero al trono de Israel y Judá. Era uno de los generales del ejército de su padre y era el cuñado y el mejor amigo de David. Cuando Saúl enloquece y trata de asesinar a David, Jonatán no puede creerlo. No obstante, comprueba las malas intenciones de su padre y ayuda a David a escapar.

El viernes pasado, Tony y yo leímos la historia de la muerte de Jonatán. Leímos como murió valientemente, luchando de pie en nombre del Señor, en contraste con su padre quien se suicidó en el campo de batalla. Los ojos de Tony se cargaron de tristeza. “¿Por qué te llama tanto la atención la figura de Jonatán?”, le pregunté extrañado. Tony me contestó, “porque a pesar de ser el príncipe heredero, era un humilde, era fiel a Dios, y era fiel a sus amigos”.

El sábado en la mañana me despertó la noticia de la muerte de Ariel. Fue un día largo, de incontables llamadas telefónicas y comunicaciones electrónicas. Pero en la noche, Tony me pidió que siguiera leyendo la historia de David, queriendo avanzar la lectura antes de mi inevitable viaje a la ciudad de Nueva York. Sin deseo alguno, busqué la Biblia y encontré palabra de Dios para mi vida:

¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!

¡Jonatán, muerto en las alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío, cuan dulce fuiste conmigo. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, cómo han perecido las armas de guerra!

Tony me miro y me dijo, “Papi, parece que Dios te estaba preparando”. Sí, parece que Dios me estaba preparando.

¡Cómo han caído los valientes!

Ariel era un príncipe heredero. Después de alcanzar éxito en su primera carrera, acepta el llamado de Dios y tiene gran éxito en su ministerio, llegando a ser el primer ministro regional hispano en nuestra iglesia. Su futuro era brillante e ilimitado. Hubiera podido llegar a ser un erudito en el campo de la teología, un ejecutivo denominacional de altos vuelos, o ambas cosas a la vez. ¿Qué es lo que más me impresiona de este hombre de Dios? Que a pesar de ser un príncipe, era humilde, fiel a Dios, y fiel a sus amigos.

¡Cómo han caído los valientes!

La respuesta de David a la muerte de su amigo nos recuerda las etapas por las cuales pasa un ser humano cuando pierde a un ser querido. Al principio, David no puede creerlo. Por eso, examina a los sobrevivientes de la batalla hasta encontrar pruebas indubitables de la muerte de su compañero. Después, pasa por un torbellino de emociones que lo llevan de la tristeza, a la culpa, a la ira, y hasta la violencia, sólo para volver a empezar.

¡Cómo han caído los valientes!

Hoy nosotros seguimos el mismo patrón. Aún después de verlo, no podemos creer que ha muerto. Este “shock” inicial, que puede durar desde varias horas hasta varias semanas, dará paso a un torbellino de emociones encontradas: tristeza, culpa, ira, y hasta violencia, sólo para volver a empezar.

¡Cómo han caído los valientes!

La pregunta que se impone en esta hora es, ¿cómo podremos enfrentar esta enorme pérdida? Los sicólogos dicen que eventualmente la gente encuentra paz, aceptando la pérdida. Los creyentes encontramos paz por medio de la fe, recordando que la vida y la muerte son misterios en las manos de Dios. Encontramos paz cuando aceptamos la pérdida como expresión de una voluntad divina que nuestra mente humana no puede comprender en su totalidad.

En tanto encontramos esa paz, tenemos que lidiar con el dolor que hoy nos embarga. Permítanme, pues, sugerir lo siguiente.

Eusebio de Cesarea, el primer historiador de la Iglesia, cuenta que la iglesia primitiva sufrió una amarga persecución en el sur de Francia, durante el tercer siglo de la era cristiana. Los creyentes eran torturados en un coliseo erigido en la ciudad de Lyón, donde eran quemados, devorados por animales salvajes, o asesinados por gladiadores. Lo interesante es que cuando Eusebio narra la muerte de los mártires usa el verbo “vencer” en lugar del verbo “morir”. Por ejemplo, su historia dice que tal obispo “venció” en tal año.

Permítanme sugerir, pues, que esa es la actitud con la cual debemos enfrentar la pérdida de Ariel y con la cual debemos ir mañana al sepelio: El Rev. Ariel Rodríguez “venció” el pasado 16 de junio de 2001.

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